viernes, 19 de marzo de 2010

¿MENTIRA? (2003)

Siempre digo, si la rutina es vida, yo estoy en el cielo. Un cielo inerte. Insoportable. Un día tras otro me levanto y pienso. Pienso en mí. En mi vida o en cualquier cosa que se parezca a ella. La felicidad. Que bueno seria encontrarme con una. Tal vez por un momento, solo para probarla. Para que me use y me deseche. Como todo. Momentáneo, pasajero, inútil.
Me levanto y me saco el pijama. Ese que mi esposa me compro para el aniversario anterior a su muerte. Y mi muerte también. Mi existencia desapareció el mismo día. Me cabeza exploto en quejas y dolor. Sufrimiento. Como ahora. Como cuando me levanto y pienso. Y cuando me quiero despertar del verdadero sueño, de ese estado de embriaguez que todos llamamos vida, la estaca gira. Desgarra más y más la herida. Insertándose de a poco en mi destruido corazón. De cualquier manera, la borrachera no se pasa, todos debemos seguir, y es por eso que salgo a la calle. Para la máxima expresión de masoquismo. Por lo menos mía. Ir a mi inmundo trabajo. La base de todas mis penurias y aquejos. Más que la muerte. Más que la histeria.
El infierno me espera y no hay otra opción que entrar. La ironía de la vida que nunca me canso de destacar. Siempre prevalece ante todo. Las llamas me queman. Desintegran mi piel, pero uno debe seguir adelante, como si nada pasara. Serrar la boca y raspar los dientes. Pero no reaccionar. La injusticia en la respuesta a la reacción. Nadie nunca noto eso. Pero todo termina. Temporalmente, pero lo hace. La suerte no es más que pasajera. Pero como los problemas. Así que es útil.
El final, si es que así se puede llamar, siempre llega. Y si no llega se crea. Se arma en la mente y se suelta. Libre. Como una opción que intenta transformarse en hecho. De esta manera vuelvo a mi hogar. La cuna de mis penas, donde reposan y se fortalecen para otro día de cruenta batalla. Las cosas son así, todos los ejércitos necesitan un descanso, y yo también. No hay más oportunidad de hacer cosas como estas, una tregua temporal con la mente, y un sueño, uno con una vida feliz.
Enciendo mi auto. Me dispongo a irme de vacaciones, algo que todos necesitamos y pocos disfrutan y predican. Llene el tanque a la tarde del día anterior, y no cabía mas inoportuno percance que mi móvil se quede. Como todo, nada es perfecto. Ahora es el turno de la cuota de suerte que siempre viene en el vagón de atrás. Hay una casa al costado de la carretera. Toco la puerta. Una de madera, con finos acabados de bronce superficial y muy bien construida. Mas nadie responde, solo la puerta se habré. Lo terrorífico no me asusta y ya estoy acostumbrado al sufrimiento, entro sin saber que esperar. Para mi sorpresa, solo un cubículo de paredes claramente deterioradas, que alguna vez estuvieron pintadas de azul, con un techo verde muy bien cuidado, y en el medio, como una aparición casi fantasmagórica, hay un busto. Uno de una persona desconocida ante mis ojos, los de un hombre de clase media. Con educación normal y cultura general envidiable. Pero aun así, con todos esos pergaminos inexistentes, no logre determinar quien era ese, me imagino, ilustre personaje. Ahí fue cuando desperté.
Sin hacerle caso a ese raro, pero no impredecible sueño, me largué de lleno a mi rutina. A mis estigmas.
Una vez más llego a mi casa. Ya pase las pruebas que diariamente la vida pone ante mí, como si de Hércules se me tratara. Y alivio siento cuando me cabeza roda las finas sedas de mi almohada, de mi colchón, de mis sabanas.
Enciendo mi auto. Me dispongo a irme de vacaciones, algo que todos necesitamos y pocos disfrutan y predican. Llene el tanque a la tarde del día anterior, y no cabía mas inoportuno percance que mi móvil se quede. Como todo, nada es perfecto. Ahora es el turno de la cuota de suerte que siempre viene en el vagón de atrás. Hay una casa al costado de la carretera. Toco la puerta. Una de madera, con finos acabados de bronce superficial y muy bien construida. Mas nadie responde, solo la puerta se habré. Lo terrorífico no me asusta y ya estoy acostumbrado al sufrimiento, entro sin saber q esperar. Para mi sorpresa, solo un cubículo de paredes claramente deterioradas, que alguna vez estuvieron pintadas de azul, con un techo verde muy bien cuidado, y en el medio, como una aparición casi fantasmagórica, hay un busto. Uno de una persona desconocida ante mis ojos, los de un hombre de clase media. Con educación normal y cultura general envidiable. Pero aun así, con todos esos pergaminos inexistentes, no logre determinar quien era ese, me imagino, ilustre personaje. De repente, y de un rincón de la habitación que no inspeccione, un teléfono que no note empezó a sonar. Ahí fue cuando desperté.
Mi paranoia, o mi lógica, o quizás mi sabiduría, me paralizaron en la cama cuando el teléfono me despertó. No era parte de mi sueño, y no me quedaba más que responder a la terrorífica llamada. Reconozco que me cuesta hacerlo. Pero lo logro. Era mi jefe. Mi piel se erizo. Se me congelaron los ojos. Se me hirvieron las orejas. Me otorgo vacaciones.
Enciendo mi auto. Me dispongo a irme de vacaciones, algo que todos necesitamos y pocos disfrutan y predican. Llene el tanque a la tarde del día anterior, y no cabía mas inoportuno percance que mi móvil se quede. Como todo, nada es perfecto. Ahora es el turno de la cuota de suerte que siempre viene en el vagón de atrás. Hay una casa al costado de la carretera. Toco la puerta. Una de madera, con finos acabados de bronce superficial y muy bien construida. Mas nadie responde, solo la puerta se abre. Lo terrorífico no me asusta y ya estoy acostumbrado al sufrimiento, entro sin saber q esperar. Para mi sorpresa, solo un cubículo de paredes claramente deterioradas, que alguna vez estuvieron pintadas de azul, con un techo verde muy bien cuidado, y en el medio, como una aparición casi fantasmagórica, hay un busto. Uno de una persona desconocida ante mis ojos, los de un hombre de clase media. Con educación normal y cultura general envidiable. Pero aun así, con todos esos pergaminos inexistentes, no logre determinar quien era ese, me imagino, ilustre personaje. Me acerco, cuidadosamente ante el temor. Un temor obvio. Uno fundado en mis sueños, en esos tan repetidos y extraños, que en realidad se vuelven. De una manera u otra, que aun no descifro mi codo choca, en un golpe de descuido un poco intencional, con en busto. La pequeña estatua no cae al suelo, nisiquiera se mueve, simplemente se raja. Una pequeña incisión en el medio de la cabeza sin pelo esculpido. De repente no queda nada de mí. Un yo como mi mismo desaparece.
Juan Francisco camina por las calles de Buenos Aires, y para en un puesto de diarios.
-Un diario, por favor.
-Si, ya se lo alcanzo.
-Alguna noticia interesante?
-Un hombre apareció muerto en su cama hoy a la mañana.
-Y eso q tiene de especial, pasa siempre.
-Es q este llamo a una vecina antes de morir diciéndole que se apure para encontrar su cadáver sobre la cama, y además, el muerto yacía en la como con una sonrisa. Según el diarios, fueron espasmos.
-Seguro que es una mentira.

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