lunes, 31 de agosto de 2009

28 DE OCTUBRE DE 2005

Lluvia. Copiosa y molesta. Calló toda la incesante y serrada noche. Una suerte para Jorge, que de sus quehaceres había escapado. Un agraciado pénsil, rodeado de blancas e infinitas cercas que definían los confines de lo que el osaba llamar y retener como suyo. Dentro, los aromáticos y ornamentales arbustos fatigaban lo lados, y en el centro, que siempre parece estar reservado para lo mas importante, un vergel que pocas atenciones necesitaba y pocas recibía. Solo a Dios o a cualquier ser que desde las alturas nos mire y controle a su parecer, parecía importarle la salud del pequeño jardín, que últimamente expansiones recibía sin más espacio dejar.
Jorge caminaba por los senderos que hormigas antes habían utilizado. Pensando en su inmunda existencia, en su dolorosa vida, en su penosa alma. Quejándose de los vecinos. De esos molestos, taciturnos y despreocupados seres que en su cabeza no cabían, no se concebían como tales. Pero no todo era pensamiento y rencor, también distracción. De repente, algo se interpone en el no tan inexorable camino del dueño de casa. No era una pared, mas no se trataba de una persona, sino no un pequeño bulto en la tierra. Se agacho y con sus intactas y envidiables manos escarbo, teniendo cuidado de no dañar su delicadeza, hasta toparse con el problema, con su complicado y complejo problema. El bulto en nada se transformo y de la nada un jarrón apareció. Una vasija ennegrecida por el hollín, el azufre, el olvido, el descaro, la pena, el dolor. Todo en un simple objeto que alguna vez supo brillar y relucir en, tal vez, la chimenea de algún adinerado ingles o europeo generalizando un poco más y sin desmerecer otras culturas.
Algo tan hermoso alguna vez fue, pero ya destruido estaba. ¿Para que servia? ¿Cual era su utilidad ahora? Ninguna, no quedaba mas que desperdiciarlo. Y mientras en obvia voz alta gritaba –“Maldito harapo, ¡¿Porque estas en mi jardín?!” lanzo por los aires el jarrón. Y solo logro divisar una gran bola de negro brillar y de opaco existir girando velozmente en el aire. Y lo vio claramente caer en el terreno de alado. Uno de los endemoniados vecinos le darían mejor futuro, pensó, mientras ya saboreaba victoria.
David yacía placidamente tendido en el pasto que, descuidado y desarreglado, salía a su parecer del suelo. Olvidado pero interesado, el jardín que le pertenecería hasta su muerte servia de colchon en sus tardes de sueño y cansancio. Pero a pesar de su parcimonia, un objeto, que a temor de equivocarse no identifico a lo lejos, golpeo su cabeza. Era una extraña vasija negra con contenidos desconocidos y, en cierto modo, tremebundos. Quizás seres de otras galaxias, o los mismo astros adentro de alojen. Tal vez, oro y joyas en imaginable cantidad. Reyes y reinos enteros, para quien en realidad lo quisiera adentro podrían estar. A pesar de su terrible exterior, ya a nadie le importaba. Más relevante el jarrón, en la vida de David se ha vuelto, al menos por unos instantes. He importante se ha de haber sentido, si es que los jarrones pueden hacerlo, cuando así lo llamaron y así lo trataron. Con la camisa mojada por el roció, producto de aquella lluvia nocturna, copiosa y molesta, limpio algo de hollín, que a esta altura poco era, y logro divisar un anuncio en la tapa del objeto. “Solo para valientes”. Denodado, abrió la tapa. Un alma se cayo, una lagrima salio, y el frio en hielo la congelo, pues de David nunca nada mas se supo o hablar de el escucho. De las almas y los recuerdos el se había borrado, y el señor Jorge, sus dominios duplico.

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