viernes, 4 de septiembre de 2009

UNA VENGANZA DIVINA (2004)

El momento culmine de una vida. Ese que siempre llega. Cuando todo funciona correctamente, aunque lo correcto aun no existe es este mundo de hombres inútiles y fastidiosos. Sentado delante de mi computadora. Observo todo lo que sucede en ese, mi alrededor virtual. Inexistente. Los pisos de madera fríos, cortados en rectángulos. Y en cada uno, un ser de mi imaginación. La cama, con su cubrecama desarreglado por aquella noche. Una de pesadillas, una de horror. La silla, de cuero negro como es de mi gusto. Por más que a mis padres les repugne, les desagrade. Y mientras tanto, el tiempo. El que todo determina. El verdadero Dios de todo lo que ocurre en el mundo. Pasa, pasa. Me consume. Pienso en el, pero en ese instante de virtualidad, no me afecta, no me interesa. Espero a mi ángel, aquel que me saque de este estado. Ese que no existe. Es una salvación propia. Pero por primera ve en mi vida, me equivoco en el tiempo. Rompo todo lo construido. Destruyo los sueños, todo. Un sonido. Un estruendo. Una caída. El sonido estridente de los pies. Alguien sube la escalera. Nunca pensé que una tontería tal podría arruinarme horas de concentración.
Vuelvo a mis asuntos. Pero no lo logro. Los ruidos continúan. Ahora solo se oye el golpear en una puerta. Me imagino, de una misma persona. De la que subía las largas escaleras de mármol, ya desgastado por el tiempo y el uso. Mi cabeza solo puede pensar en eso. Imaginar. Todo se pone en marcha otra vez, pero con otro tema. La virtualidad es dejada de lado, por la realidad. Maldita mi perra. No deja de ladrar. Pero me doy cuenta de lo que sucede. O al menos eso creo. Tiene que haber una conexión. Los golpes a la puerta ya no se escuchan. Solo gritos. Alaridos débiles, pero están al fin.
Los pasos bajan la escalera. Mi perra se vuelve loca. Como si estuviese endemoniada. Un lindo can. Marrón con lunares blancos por doquier. No es costumbre su comportamiento. Ahora los golpes son en mi puerta. Fatídicos ruidos. Donde esta ese ángel que se supone me salvaría. Que ironía la vida. Este es el que me saco de mi virtualidad. Recuerdo los gritos. Esos demasiado débiles como para prestarles atención. Recuerdo lo irrecordable. La vida. La gente. Mi Dios. Todos los momentos desperdiciados, al igual que las oportunidades. Parece una locura que en lo que las películas pasa, pase en la vida real. Me aterra ese hecho, además de que son estos momentos los únicos que remueven la memoria
Me ciento en la esquina de la habitación. El hall de entrada. Un cubículo blanquecino, sin ventanas, sin ruidos, sin salidas. Un bonito telar cuelga de la pared. Alguna chucheria más en los estantes azules que están sobre el aparador. Y en el medio de todo la puerta. La que no deja de sonar. La otra. Esa que esta abierta y muestra tranquilidad, inmutabilidad. La que da entrada a la habitación vacía de mi madre. Deja ver un as de luz, seguramente provocada por la luna. O en esta noche de imaginación y virtualidad, porque no decir, algún hecho sobrenatural. Mi miedo no me deja levantarme a revisar esa locura. Y si el miedo no me detiene quedan los ruidos. Los que dejaron de ser suaves para convertirse en frenéticos. Me acerco agachado, para que el que golpea no me vea por la claraboya invisible que cree recientemente en la puerta a fuerza de imaginación. Giro la perilla.
Porque me pregunto yo, la imaginación humana es tan engañosa. No hay nadie. En realidad, estoy seguro que el ruido existió, pero para que verificar, ya con lo que se es suficiente. Pero no. Sucedió lo mismo que antes. Imaginación. Presentimiento. Intuición. Y por ultimo, lo mas cruel que todo lo anterior (N. de A.: mas que Celeste todavía). Curiosidad. Asomo mi cabeza. La giro para la derecha, para ver ese sucio pasillo al que le cuelgan telas de araña y no esta lleno de goteras porque no es el último piso. Giro mi cabeza hacia la izquierda. Allí esta. Es la explicación a todo.
El hacha cae. Simple. Rápido. Muy doloroso, eficaz y silencioso. Parece hasta gracioso que la muerte sea en realidad tan placentera. O tal vez no. Quien lo sabe. Tal vez aun no lo estoy…
Algo de razón tengo. Veo sus zapatos negros. Sucios de sangre. Tal vez mía, tal vez de anteriores asesinatos. Intento subir la cabeza, pero ya estaba desprendida, era algo físicamente imposible. Cierro los ojos. Escucho sus pasos, otra vez. Es lo último que escucho. Sus paso. Como suenan cuando pisotea mi sangre, la que esta regada por todo el suelo. Tal vez no mía. Tal vez no de el. Es como una corriente que llega a bajar la escalera. Abro otra vez los ojos. Y lo último que veo es mi placer. Tal vez una manifestación divina. Una venganza inconsciente. No lo se. Lo único que se es que se resbaló. Seguramente estaba muerto ya. Pronto nos veríamos. Mi sangre lo hizo caer por la escalera. Ja! Que ironía esto de la vida, no?

miércoles, 2 de septiembre de 2009

EN BUSCA DE LAS ESTRELLAS

Un hermoso día nublado. Una do esos que solo están para leer, soñar y tal vez pensar. Pleno invierno era ese día. Yo estaba sentado en mi sillón de terciopelo verde, en un perfecto jardín de invierno. Tres paredes de vidrio, que me daban una mirada panorámica del vergel que ahora anegado estaba por culpa de la lluvia que hace poco se había dignado a dejar de caer. Cerca de mí, una chimenea que chispeaba como endemoniada por el mal tiempo. Y yo, con mis anteojos puestos, leía. Deje el libro que leía sobre mi falda. Un hermoso libro, de tapa amarilla, el titulo en hermosas y ornamentadas letras rojas. Daba ganas de leerlo con tan solo verlo. Mis fríos pies intentaban calentarse al frotarse contra la alfombra que oficiaba de piso. Mientras tanto pensaba. O me mataba, en tal caso ya eran sinónimos. Pensaba en ti, como ya era de costumbre. Nada más en mi cabeza había. Detalles del libro no podía dar, porque todas las palabras eran tu nombre. Todo lo que en mi imaginación cabía era tu cuerpo. En nada podía lograr concentración. Y en ti pensaba únicamente. Monopolizabas mi genialidad. Controlabas mis actos. Manejabas a tu parecer mi vida. Y en ti pensaba.

Me imaginaba mi muerte y me preguntaba si sufrirías con ella. Me imaginaba perderte, y tenía la certeza de acompañarte a ella. Tiré mi libro a la chimenea y observe como se quemaba, con cierto humor morboso. Me divertía como un niño, pero como siempre, fue un rápido acabar y volver a pensar. Pensé. Me pregunte si me seguías amando. Me pregunte si seguías queriendo estar conmigo. Supuse si querías escucharme. Creí que no querías sentirme, que no querías que te siga diciendo todo lo que te amaba. Pensé que ya no me soportabas a mí y a mí siempre presentes y compañeras depresiones. Decaí. Me enferme de mi pensamiento, de mi inseguridad. Luego, creí escuchar el teléfono. Pero algo me impidió moverme. Algo sobrenatural. Dos tonos. Tres tonos. Y yo no me podía mover, estaba atrapado. Pues mis piernas chamuscadas yacían, y la alfombra fatigada de fuego estaba. Fatídicas chispas. El teléfono dejo de sonar, y el contestador empezó a rodar. Y se escucho: “Bueno, veo que no estas. Te llamaba porque quería charlar con vos. Nos vemos mañana. Te amo”

Una lágrima por mi mejilla rodó pero el fuego no apagó. Combustión se lograba en mi cuerpo. El fuego de la alfombra y el combustible de mi corazón. La culpa, la culpa de la muerte, la culpa de las depresiones, la culpa de dudar, la culpa de haberte hecho sentir mal tantas veces, la culpa de morir ahora y perderte y no haberte podido decir todo lo que te amaba con las palabras que siempre busque. Mi muerte sentenciada estaba ya, pero al menos morir con el corazón entero podré. Y gracias a vos tocar las estrellas lograre. Gracias, muchas gracias.

lunes, 31 de agosto de 2009

28 DE OCTUBRE DE 2005

Lluvia. Copiosa y molesta. Calló toda la incesante y serrada noche. Una suerte para Jorge, que de sus quehaceres había escapado. Un agraciado pénsil, rodeado de blancas e infinitas cercas que definían los confines de lo que el osaba llamar y retener como suyo. Dentro, los aromáticos y ornamentales arbustos fatigaban lo lados, y en el centro, que siempre parece estar reservado para lo mas importante, un vergel que pocas atenciones necesitaba y pocas recibía. Solo a Dios o a cualquier ser que desde las alturas nos mire y controle a su parecer, parecía importarle la salud del pequeño jardín, que últimamente expansiones recibía sin más espacio dejar.
Jorge caminaba por los senderos que hormigas antes habían utilizado. Pensando en su inmunda existencia, en su dolorosa vida, en su penosa alma. Quejándose de los vecinos. De esos molestos, taciturnos y despreocupados seres que en su cabeza no cabían, no se concebían como tales. Pero no todo era pensamiento y rencor, también distracción. De repente, algo se interpone en el no tan inexorable camino del dueño de casa. No era una pared, mas no se trataba de una persona, sino no un pequeño bulto en la tierra. Se agacho y con sus intactas y envidiables manos escarbo, teniendo cuidado de no dañar su delicadeza, hasta toparse con el problema, con su complicado y complejo problema. El bulto en nada se transformo y de la nada un jarrón apareció. Una vasija ennegrecida por el hollín, el azufre, el olvido, el descaro, la pena, el dolor. Todo en un simple objeto que alguna vez supo brillar y relucir en, tal vez, la chimenea de algún adinerado ingles o europeo generalizando un poco más y sin desmerecer otras culturas.
Algo tan hermoso alguna vez fue, pero ya destruido estaba. ¿Para que servia? ¿Cual era su utilidad ahora? Ninguna, no quedaba mas que desperdiciarlo. Y mientras en obvia voz alta gritaba –“Maldito harapo, ¡¿Porque estas en mi jardín?!” lanzo por los aires el jarrón. Y solo logro divisar una gran bola de negro brillar y de opaco existir girando velozmente en el aire. Y lo vio claramente caer en el terreno de alado. Uno de los endemoniados vecinos le darían mejor futuro, pensó, mientras ya saboreaba victoria.
David yacía placidamente tendido en el pasto que, descuidado y desarreglado, salía a su parecer del suelo. Olvidado pero interesado, el jardín que le pertenecería hasta su muerte servia de colchon en sus tardes de sueño y cansancio. Pero a pesar de su parcimonia, un objeto, que a temor de equivocarse no identifico a lo lejos, golpeo su cabeza. Era una extraña vasija negra con contenidos desconocidos y, en cierto modo, tremebundos. Quizás seres de otras galaxias, o los mismo astros adentro de alojen. Tal vez, oro y joyas en imaginable cantidad. Reyes y reinos enteros, para quien en realidad lo quisiera adentro podrían estar. A pesar de su terrible exterior, ya a nadie le importaba. Más relevante el jarrón, en la vida de David se ha vuelto, al menos por unos instantes. He importante se ha de haber sentido, si es que los jarrones pueden hacerlo, cuando así lo llamaron y así lo trataron. Con la camisa mojada por el roció, producto de aquella lluvia nocturna, copiosa y molesta, limpio algo de hollín, que a esta altura poco era, y logro divisar un anuncio en la tapa del objeto. “Solo para valientes”. Denodado, abrió la tapa. Un alma se cayo, una lagrima salio, y el frio en hielo la congelo, pues de David nunca nada mas se supo o hablar de el escucho. De las almas y los recuerdos el se había borrado, y el señor Jorge, sus dominios duplico.